domingo, 4 de octubre de 2009

"Domingo"


Es casi un postulado matemático, al sábado húmedo, lluvioso e irascible le sigue mañana radiante, fría y vital. Desconcertante situación la cual debe uno atravesar con resignada obediencia, levantándose en medio de la noche para agregar un par de frazadas e ir atontado al baño a cerrar el ventiluz.
Por la mañana la radio en A.m. da el presente a los gritos desde un rincón de la cocina y mientras el sol tapiza de oro Inca los sillones del living cincuentista, un ruiseñor sacude sus alas escarchadas sobre el rostro de un crisantemo deshojado.
En el puesto de diarios está el canillita marchito con espesas tricotas silbando afinadamente y con las manos en los bolsillos una ranchera. Saluda a un carro que va camino al paso a nivel y custodiando al viejo percherón, tres perros embarrados hasta el hocico se adelantan con sus ojos afiebrados entre los gritos inentendibles del paisano.
La mañana azul y silenciosa va adueñándose del sutil movimiento urbano que muy de a poco y con dificultad va tomando cuerpo, como un globo inflándose en los labios de un asmático. Necesito comprar algunas provisiones para el almuerzo, calzo la única campera con vida y camino dos cuadras hasta el supermercado chino de la avenida. Entonces veo allí a las amas de casa paseando como reinas despóticas entre las góndolas, llenan los changuitos con miradas arrogantes a los productos y preguntas insidiosas a los jóvenes repositores desganados y somnolientos. Los más pequeños corretean manufacturando un pequeño caos de bullicio y empujones exaltando la paciencia de una mujer erosionada que no puede tener mas de veinte y aparenta cuarenta y pico.
Al mediodía la temperatura sube estrepitosamente y mientras espero sin hambre que sirvan el almuerzo, mi aburrimiento se abalanza sobre abultadísimos suplementos dominicales que ni con la paciencia de un vocero presidencial uno jamás leería completos.
El humo de las parrillas rebalsa por los paredones del fondo y las vecinas atacan por sorpresa con el merengue mix desde los parlantes desconados de su habitación. De pronto, el capricho de este clima antojadizo levanta una gran nube de polvo y en el cielo, ya enrarecido, van quedando pinceladas grisáceas que bajan hasta el firmamento adormecido.
Las horas van consumiendo la tarde en un silencio de tinieblas, es un sentimiento de soledad tan agudo que hasta el grito de gol que se cuela de un eufórico relator, se funde al instante como un pétalo en un remanso de lava. El sol va cerrando sus alas y lo único que apenas late en las calles es el giro errante de una calesita anacrónica al compás siniestro de una música circense a tracción cassette que traba la cinta, y sobre dos caballitos despintados van los hermanitos risueños mientras su padre los aguarda sentado tristón y vacío "como abrazado a un rencor".
La nada más poderosa desfila altiva por las calles de este lugar remoto y vegetativo. La sombra de los caserones moribundos y un semáforo que no funciona se pierden como niños ciegos en el espeso manto de la noche.
¿Que más? Apago las luces, vierto el último resto de ginebra en la cama, cierro los párpados y entrego a la voluntad del sueño los delirios enmarañados del inconsciente. Será lunes.


REYNAL SABATÉ.

1 comentario:

  1. Me emociona su capacidad de describir la fatalidad de lo cotidiano. Saludos!
    (Cuco Lamber)

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